martes, 24 de julio de 2012

Despertar

Un golpe fuerte y la puerta de mi cuarto se abrió. Allí estaba ella, mi madre, con una expresión que nunca había visto antes en su plácido semblante habitual. Su cara era un poema: pálida, descompuesta. Nunca antes la había visto así. "Ha habido un accidente, ha muerto". No sabía casi ni hablarme, y yo casi no podía ni oírla. Mis oídos se habían entaponado al oírla decir eso. "¿Quién?" Pregunté varias veces, intentando volver a escuchar. Cuando recuperé el oído ya corría calle abajo, intentando pensar que quizás fuera mentira, una broma. La cara de mi madre, un minuto antes, no demostraba que se pudiera tratar de una broma. 
Llegué a la casa. Estaba abierta. No había reparado en mis ropajes. Iba en pijama, pues había estado durmiendo siesta. Cuando entré todo el mundo se me quedó mirando. No olvidaré esas caras. Todos lloraban. Todos iban de negro. Mi madre tenía razón. Noté que algo quemaba la piel de mi cara. Eran lágrimas, lágrimas que no podía parar pero que apenas sentía que salieran de mis ojos. 
Entré al salón. Todo eran caras largas. Me miraban. Quizás fuera el pintoresco pijama de flores hawaianas, quizás las cascadas que salían de mis colorados ojos. Fuera como fuere, yo allí era el centro de atención. Apareció su madre, portando una caja de cartón. Todos se fijaron. Ella se acercó a mí, y me la tendió. 
"Le gustaría que esto lo tuvieras tú". Esas palabras hicieron que mis lágrimas salieran con más fuerza aún. La afligida mujer me tendió un pañuelo y acarició mi cara, mojada totalmente. "Quizás estés más tranquilo viéndola en su cuarto". No se ni cómo saqué fuerzas para asentir, pero se que lo hice. Subí las escaleras. Nunca había estado en esa altura de la casa, nunca había entrado en su dormitorio. Aún así, sabía exactamente dónde estaba. Abrí la puerta y entré. 
La habitación era muy sencilla, como aquella familia. Azules paredes rodeaban una estancia completada por una cama de madera  y un escritorio a juego, además de una sencilla ventana blanca que daba al patio de la casa. Me senté en la cama. Mis lágrimas habían cesado, un poco. Abrí la caja y empecé a sacar cosas de allí. Lo primero que encontré fue una carta. Me acuerdo de aquella carta, incluso creo que podría recitarla de memoria aún. Aquella carta fue de su primer cumpleaños, de su primer cumpleaños conmigo. La leí entera, riéndome por la picardía de mi prosa de aquellos tiempos. Quizás habían pasado 5 años, y aún estaba allí. Cuando la hube terminado de leer, la guardé en la caja y saqué otro sobre. Era la carta del año siguiente. Quizás esa me gustó menos, pues en ella no era precisamente un escritor feliz, sino una pesadilla de chaval obcecado con la venganza y el destrozo del otro. No entiendo porqué guardaba aún aquella carta, pero hizo que me diera cuenta de lo cruel que llegué a ser. Después encontré un paquete de fotos. En todas salía yo acompañando. Nunca salíamos solos, pero en todas las fotos salíamos juntos. No había una sola en la que yo no saliera. Me descompuse. Siempre le echaba en cara no tener fotos juntos, y quizás en aquél momento me sentí más importante de lo que me he sentido nunca para nadie. 
Volví a dar varias vueltas a la caja, en la que había otros objetos que nunca vi. Pasados cinco minutos se abrió la puerta. No sabía si eran las lágrimas, la falta de energía o algo del estilo, pero estaba allí. No podía ser. Estaba allí, delante de mí. No pude abrir la boca. Me abrazó. Me abrazó muy fuerte. De repente, todo acabó. Cerré los ojos y, cuando los abrí, allí estaba mi madre, con su cara de siempre, con un café bien caliente. Había sido solo un mal sueño. Todos estaban bien. 
No se en qué medida, pero aquel sueño me marcó. Me di cuenta de a quienes no quiero perder en mi vida, y de quienes son prescindibles en ella. Me di cuenta de que las tonterías que he hecho a lo largo de mi vida son tan efímeras como las que me hayan podido hacer a mí. Lo único que no se acaba son los sentimientos. Querer no es fácil, y menos para alguien que no está acostumbrado a ser querido. Esa es la razón para que, cuando quiero a una persona, la quiero de verdad, para siempre. Quizás sea por eso por lo que no me gusta querer a las personas. Cuando aprendo a querer a alguien siempre acaba mal. Siempre hay problemas. Esa es la parte que no me gusta. Los problemas. Esos problemas que hacen que te tires sin hablar con tu mejor amigo meses, incluso años. Esos problemas que hacen que, en caso de que el sueño se hiciera realidad y se realizara en un momento de problemas, esa persona se haya ido sin saber lo que sientes por ella en realidad, sin saber que en realidad todas las tonterías del pasado quedarán eclipsadas por lo que sentís. Quizás ese sea el problema, que no quiero que se cumpla el sueño. Nunca. Prefiero despertar. 

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