domingo, 27 de enero de 2013

Metamorfosis

Él era un niño. Un niño cualquiera. Bueno, no era un niño cualquiera. Tenía sueños, tenía grandes sueños, y sabía como hacerlos realidad. "Pájaros en la cabeza" decían todos. ¿Qué problema hay con soñar a lo grande? Le dijeron que esos sueños nunca se harían realidad, que soñara cosas más fáciles de conseguir. Pasó de eso, el soñaba lo que quería y sabía que tarde o temprano sus sueños se harían realidad. Porque otra cosa no, pero principios no le faltaban. Era fiel a sus ideales, y quién quisiera cambiarlos no lo conseguiría. No quería ser lo que le dijeran que fuera, él sabía quién era y quién quería ser. Por eso era como era, por eso nadie le comprendía.
Él era un niño. Tenía sus amigos, como todos los niños. Pero claro, él no era como todos los niños, y sus amigos lo sabían. Lo trataban más bien mal, se reían de su forma de ser, y todo por que no la comprendían. Pero había uno, uno que era diferente. Uno de esos amigos era especial, sabía de su valía y lo trataba genial. El mundo empezó a quedarles pequeño. Eran grandes, un solo ente. Sabían lo que pensaba el otro sin mirarlo siquiera. Sabían lo que le sentaba bien y lo que no al otro, los comentarios que le gustaban al otro y los que no. Eran inseparables, insuperables, indivisibles. Eran felices, muy felices. No necesitaba la opinión de otros amigos, con la opinión de él le bastaba. Soñaban con volar, con tocar el sol, con vivir en las nubes. Deseaban jugar eternamente, soñar eternamente, ser felices eternamente. Pero, como dicen por ahí, nunca digas nunca ni tampoco digas para siempre, porque ese nunca siempre llega y ese para siempre siempre se acaba. ¿Qué pasó?
Pasó que el niño creció, al igual que sus amigos. Pasó que sus amigos dejaron de ser unos niños para creerse unos adultos, dejaron de disfrutar por guardar las formas y empezaron a jugar a otras cosas. Pasó que su amigo se le fue distanciando. Pasó que un día se rompió la relación. Pasó que aquel día, bebiendo cerveza, porque ahora bebían cerveza, le dijo a su amigo que lo quería. Pasó que su amigo salió del bar y empezó a evitarle. Pasó que su amigo tenía la mente más cerrada de lo que pensaba. Pasó que se enteró de que su amigo pensaba que en realidad estaba enamorado de él. Que dichosa la gracia de la cultura, ya que mientras en España si alguien dice "te quiero", las connotaciones amorosas no tardan ni un segundo en salir, mientras que en Japón hay un término (Daisuki) dedicado expresamente a ese "te quiero" que se debería dedicar a las personas que aprecias sin connotaciones sexuales o amorosas. Pasó que perdió un amigo, pasó que perdió su vida, pasó que perdió las ganas de volar, perdió las alas.
El niño dejó de ser un niño a hostias. Perdió a sus amigos, empezó a conocer gente nueva, a probar cosas nuevas. Quería olvidar y quería hacerlo rápido. Eso sí, siempre conservando sus principios. Sabía cuando decir que no, pero casi nunca quería decirlo. Sabía que su futuro estaba fuera del pueblo, en una ciudad, y cuando hubo acabado el bachillerato huyó lo más rápido que pudo. Pasó que la universidad no era como creía y los palos siguieron cerniéndose sobre su cabeza. Pasó que aprovechó cada palo, cada problema, para aprender a ser mejor.
Y al final volvió al pueblo, volvió y se reencontró con sus viejos amigos. Pasó que los que lo tachaban de inmaduro, ahora se comportaban como críos. Pasó que los que le criticaban, ahora vivían haciendo lo que en los 15 no hacían por creerse demasiado mayores para eso. Pasó que los que le querían putear usaban técnicas de niños de primaria. Pasó que todo estaba en su contra, pero todo le daba igual. El niño había crecido, ahora no era un niño, era un hombre. Un hombre de verdad. Un hombre fiel a sus principios y que empezaba a ver más cerca esos sueños que una vez le dijeron que jamás alcancaría.