sábado, 29 de septiembre de 2012

Regala sonrisas

"Al acercarme a ella, Auri bajó de un salto y dio unos pasitos hacia un lado que fueron casi una reverencia.
        -Buenas noches, Kvothe.
        -Buenas noches, Auri -dije-. ¿Cómo estás?
        -Maravillosamente -contestó con firmeza-, y hace una noche maravillosa. -Tenía las manos cogidas detrás de la espalda y trasladaba el peso del cuerpo de una pierna a otra. 
        -¿Qué me has traído esta noche? -pregunté.Auri compuso su luminosa sonrisa.
        -¿Y tú? ¿Qué me has traído?
Saqué una estrecha botella de debajo de mi capa. 
        -Te he traído vino de miel. 
Auri cogió la botella con ambas manos. 
        -Oh, qué regalo tan magnífico. -Miró la botella con admiración-. Imagínate cuántas abejas borrachinas.        -Quitó el corcho y olfateó el vino-. ¿Qué hay dentro? 
        -Rayos de sol -contesté-. Y una sonrisa, y una pregunta.
Se llevó la boca de la botella al oído y me sonrió. 
        -La pregunta está en el fondo -dije. 
        -Una pregunta muy pesada -dijo ella, y me tendió una mano-. Yo te he traído un anillo.
Era un anillo de cálida y lisa madera. 
        -¿Qué hace?-pregunté. 
        -Guarda secretos.
Me lo acerqué a la oreja. 
Auri sacudió la cabeza con seriedad, y su cabello revoloteó alrededor. 
        -No los revela, los guarda.-Se acercó a mí, cogió el anillo y me lo puso en un dedo-. Ya hay suficiente con tener un secreto -me censuró dulcemente-. Otra cosa sería avidez. 
        -Me encaja -dije con cierta sorpresa. 
        -Son tus secretos -dijo Auri como si le explicara algo a un niño pequeño-. ¿A quién iba a encajarle?"
El nombre del viento, Patrick Rothfuss.

Regalos. Ofrendas que se hacen voluntariamente o por costumbre. Pero, últimamente, la costumbre ha pasado a ser otra. La gente compite por los regalos, por ver quién acierta en el regalo perfecto, por ver quién compra el más caro. En un mundo en crisis, el consumismo es la droga más dura, la más mala. No hace falta gastarse lo que cobras en un mes, o en dos, en comprarle el último teléfono de la marca de la manzana mordida a tu hijo cuando no puedes permitírtelo. El mundo no debería funcionar así. Regalemos cultura, libros, o felicidad. A veces, algo tan insignificante como un CD de música que hemos hecho nosotros puede hacer más ilusión que el bolso más caro del mejor diseñador italiano. A veces, regalar un anillo que guarda secretos es mejor que regalar uno que tiene un diamante de dos kilogramos. Yo, por mi parte, prefiero que me regalen una charla en un bar con una buena cerveza y un abrazo al final. El problema es que, a veces, eso es demasiado pedir. Que cada uno regale lo que quiera.