miércoles, 13 de agosto de 2014

Dos gotas

Como dos gotas de agua. Que expresión más tonta. No hay dos gotas de agua iguales. Todas son diferentes. Igual que no hay dos personas iguales. Pero, mientras todo el mundo habla de personas y gotas de agua, yo prefiero hablar de huellas. 
No hay dos huellas iguales. Puede que dos huellas encajen, pero nunca serán iguales. Hay huellas más grandes y huellas más pequeñas. Hay huellas más fuertes y huellas más sutiles. Hay huellas más gruesas y huellas más finas. Hay huellas que el viento se lleva con facilidad, y huellas que son casi imposibles de quitar. Huellas al fin y al cabo. 
Cada uno de nosotros somos una huella. Todos dejamos una huella allá a donde vamos. Nuestro corazón es una playa en la que cada persona que pasa deja una huella. Ahí podemos encontrar todos los tipos de huellas de las que he encontrado antes, y aunque hay huellas que se pueden borrar, siempre queda una señal de que algún día estuvo allí. Pese a que hay huellas que sustituyen otras, siempre habrá vestigios de la huella anterior debajo de la nueva. 
Y es que, como dijo Maya Angelou en 1995: "he aprendido que las personas se olvidan de lo que dices, también se olvidan de lo que haces, pero nunca se olvidan de cómo las haces sentir". Toda persona que pasa por nuestra vida deja una huella, pero no por lo que dicen o hacen con nosotros, sino por cómo nos hacen sentir. Hay personas que llegan a tu vida, dejan una huella bonita y con el paso del tiempo ésta se convierte en la más fea huella en la playa de tu corazón. 
Hay personas, que, cuando entras en su playa, parece vacía de huellas, pero en realidad lo que hay son vestigios de huellas pasadas, huellas que se borraron o se intentaron borrar. 
Quizás el proposito de todo el mundo debería ser el de dejar huellas bonitas allá por donde va, para que nadie intente borrarlas, para que sean permanentes. Huellas en asfalto. 

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