Ella era una mona. Lo sabía, todos se lo decían. Desde chica le había gustado esconderse en sitios altos, y no había nada en el mundo como refugiarse en su litera, donde podía viajar a través de las páginas de sus libros favoritos. Siempre se refugiaba allí cuando mamá le gritaba, cuando sus padres peleaban entre sí. Hasta aquél fatídico día, claro. Su padre se pasó de violento y su madre hizo las maletas para no volver jamás. La dejó allí, desangelada entre sus dos hermanos y su padre. Y encima era la mayor, por lo que a partir de ese momento empezó a ser la diana perfecta a las broncas que su padre echaba por cualquier cosa con el simple motivo de desahogar su ira. Con el tiempo se hizo fuerte; no tenía otra opción, en realidad.
Siempre se rodeó de hombres, en el colegio no tenía amigas, solo amigos. En casa tenía que reñir con sus hermanos a la vez que hacía el papel de madre. Las demás niñas del colegio la veían como una marimacho, y el apodo de mona se expandió como un virus. La llamaban así por que decían que no era una niña, ni un niño. Su aspecto no dejaban lugar a dudas: siempre vestida como un niño, siempre sin peinar. ¿Cómo iba a arreglarse, si no tenía tiempo ni nadie que le ayudara?
La vida de la mona siguió y cada día era más fuerte, más masculina, menos niña. Hasta aquél día, aquél 21 de mayo. Una chica que había entrado nueva en su clase aquel año la invitó a su cumpleaños. No sabía por qué, pero la mona se sentía feliz. No es que fuera una fiesta espectacular, pero se sintió especial. Aquél día empezó una nueva etapa en la vida de la mona. Su nueva amiga le ayudó a mejorar su aspecto, le ayudó a parecer más simpática entre las demás, le ayudó a aprender a relacionarse. Su amistad creció, creció y creció, como un globo de agua. El problema de los globos de agua es que cuando se inflan demasiado acaban por romperse. La amistad de la mona con su nueva amiga se rompió, pero ella había aprendido mucho de aquello.
En esta nueva etapa de su vida descubrió que había cultivado una dependencia a su antigua amiga demasiado grande. Y aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Volvió a relacionarse con los hombres de su entorno, pero sin hacer de mujer, solo de mona. Mona se volvió a su litera, siempre pensando en qué pasó para que su amistad se desquebrajara de aquella manera. Intentó de mil formas retomar su relación con su antigua amiga, siempre sin resultado. Era casi una obsesión. La gente de su entorno empezó a rumorear que estaba enamorada de su amiga. Ella sabía que eso no era así, pero que no había manera de explicarlo.
Con los años aparecieron dos nuevas amigas, por separado. Con la primera le pasó lo mismo que con su antigua amiga, y con la segunda igual. Pero descubrió algo. Mientras estaba con una de sus amigas, no recordaba para nada a su antigua amiga. El problema era cuando estaba sola.
Cuando conoció a su cuarta amiga, decidió que la cosa iba a cambiar. Decidió ir con calma, decidió ser menos dependiente, decidió ceder. La mona no se vistió más de seda, ella era la mona, y se iba a quedar como era, la aceptara quien la aceptara. Con su cuarta amiga la relación fue completamente diferente. Siempre la trató como a una igual, siempre la trató como una hermana.
Fue una noche de verano cuando descubrió todo. Había crecido sin madre y rodeada de hombres, y ese era el problema. No es que estuviera obsesionada con su antigua amiga como solían recordarle las personas de su entorno, es que necesitaba de un referente femenino en su vida. Su madre la había abandonado, no tenía hermanas, todo a su alrededor eran hombres. Necesitaba de aquello, de una mujer que le aconsejara, que le ayudara, que hablara con ella de sus sueños. Un día contó a su cuarta amiga todo lo que había descubierto, por así decirlo.
- ¿Cómo es eso, lo de tener hermanas?- Le preguntó, puesto que su amiga tenía una hermana más pequeña, con la que hacía todo.
- No sé, siempre he tenido a mi hermana.
- A veces me gustaría haber tenido una hermana. Cotilleos por las noches, pintarnos las uñas la una a la otra, guardar secretos, soñar juntas, celebrar los éxitos de la otra... Mis hermanos solo se ríen entre ellos y comparten sus secretos con mi padre. A veces me siento muy fuera de lugar en casa.
- Yo con mi hermana me peleo mucho, Mona. A veces no es tan bonito como crees.
- Lo imagino, pero al menos sabes que tienes alguien con quien pelear. Ojalá tuviera una hermana.
- Ya la tienes, Mona.
Con el tiempo, Mona y su amiga se distanciaron, pero la vida de la pequeña niña había cambiado para siempre. Era Mona, vestida de seda o no, con amigas o sin ellas, con madre o sin ella. Y siempre que lo necesitaba, sabía que llamando a un número de teléfono, su cuarta amiga estaría esperando a que le contara qué pasaba, qué sentía, esperando a que llorara con ella, que riera con ella.